Mi pie capitula. No valgo nada. Me increpan. Gestos y aspavientos. Caras deformadas. La fumata blanca nunca llegará a mi pecho hundido. Escribir. Enebrar es mi última asignatura pendiente. Un motín entre las sábanas. Tabaco. Contrariado. Contrapicado. Mi barriga canosa y arapienta. 

El limón sobre la coronilla. El té mohoso. La fotografía que molesta. Un arrecife. Son tus ojos. Molestas, maldita espinilla. El silbido de una lata contra el suelo. ¡Yo no he sido!. Los muñecos no pueden improvisar. Me repudian. Desheredado. Voluntario: al tatami. Sal. Rotar. Vomitar ladridos mudos. Silente página inacabada. Mi propia mano hundida en azufre. 

Un plátano. La quintaesencia. Una viñeta. Ladrón. El asco. Taladro. Migajas heladas. Pequeñas y juguetonas pompas de mercurio líquido. Secretos en las paredes. Despiadados achuchones. Largas narices. Largas muecas zozobrantes. Litio y dulce abrigo de leche. Punta de plata y cuchillo de plástico. Arcilla rota. Choque de arpegios enlatados. Basura sideral. Mentiras. Capuchas atropelladas.

Mi lengua. Mi lengua es un enorme sacapuntas. Me exaspera. Mil argonautas susurran.  Movimientos sísmicos. Laberinto. Enjambres de sirenas me empujan hacia la perdida imagen de la zona escondida. Un flujo de partículas llega hasta mi cerebro. Intento abrir la caja. Veo humo estático. Sin olor. Opaco. Duelen las largas tardes punzantes sin negros azabaches.