Futuros llorosos. Rodillas en la nieve. Llanuras de cristal. Árboles desnudos. Lirios blancos sobre sus cabezas. Brasas moribundas. Una trampa. El loco invierno alza la cabeza. Desiertos desconocidos. Sentados, mirando el mundo arrugado. La luz del Sol dibuja ojos mientras espera la caída. Fantasías en el frío gris de la argentada tundra. Energía vomitando energía. Seres furtivos, imperceptibles. Calma.
La imagen sobre las palabras. Palabras que se ahogan en un líquido suave y cristalino y nos devuelve la voz.Un juego malabar con los extremos en una misma imagen. Frialdad y calidez al mismo tiempo. Formas redondas y sutiles se mezclan con duros contornos y pinchos hirientes. Formas caóticamente ordenadas y preciosas. Líneas rectas perfectamente trazadas y puntos de vista imposibles. Un gran puzzle sin aparente sentido que conforma un único lienzo lleno de vida. Como si Yokoyama tuviese pensado ya de antemano el destino de aquello que dibuja.
Las viñetas son como pequeñas líneas de Nazca, trazadas sobre una superficie árida pero mirándolas con detenimiento, en vez de dar una sensación de desasosiego, crean una lenta sensación de placided. Escenas de abstracción, escenas autistas que se revelan y dan sentido a un misterio oculto si nos alejamos.
Con la perspectiva correcta oímos el leve sonido, un lejano runrún, creciente a medida que nos acercamos. Es la visón retrospectiva, aquella que da sentido a simplificación y supuesta pérdida de lenguaje… nuestro pragmatismo impuesto por Yokaoyama nos muestra por fin aquellos momentos inconexos e incomprensibles que nublaron en algún momento nuestra sesera. Los zigzags recorridos a través de las diferentes viñetas nos han mostrado nuestra necesidad de mirar, de desaprender los malos hábitos para comenzar a entreabrir nuestros sentidos.
Yuichi Yokoyama es un ser subterráneo. Como un torrente. Invisible a los ojos de los que no se atreven a posar los oídos en el suelo para sentir unas leves vibraciones. En el crepúsculo de su yo interior el autor japonés oculta diferentes universos hechos de percepciones, sensaciones y visiones. Las lentes anamórficas de sus ojos conjuran objetos antropomorfos, realidades simbólicas llenas de sensualidad, personajes surrealistas y paisajes en el borde de las pesadillas y la felicidad. No hay reglas, no hay racionalidad, no hay prototipos.
Hay en la obra, una búsqueda por hallar algo que ayude al lector a encontrarse a sí mismo. Es como leer las páginas de los Diarios de Krishnamurti, al principio densas y al final llenas de sentido.