Hay otros mundos, pero están en este”. Esta frase de Paul Éluard me ha acompañado los últimos diez años. Una década ha pasado desde que decidí escribir la primera entrada de Serial Experiments. Durante todos estos años nunca he dejado de creer que detrás de cada historia que veía o leía se escondía algo mucho mayor, aunque a priori pareciese trivial, pequeño y sin interés alguno. El blog nació en un momento en que hablar en España de anime experimental era una novedad ya que la falta de información (publicaciones editoriales, internet) eran nulas, y las distribuidoras de animación nipona estaban en horas bajas, sin apenas novedades, salvo las grandes series del momento (Naruto, Bleach, Nana, Monster).
Hablar de anime experimental, sus creadores y sus obras era una auténtica odisea. Pero por alguna razón dejé a un lado la poca información que existía para, a través de los cortometrajes, series y películas crear poco a poco una idea propia de lo que era y es el anime experimental. Quizá lo más difícil fue etiquetar el anime independiente que estaba fuera de los círculos comerciales o menos comerciales de la industria japonesa de animación. Pero para etiquetar primero tenía que definir. Las obras independientes y menos comerciales tenía muchas cosas en común: el aspecto gráfico era diferente al resto de producciones animadas, utilizaban y se valían de cualquier recursos para componer y crear las obras: lápices de colores, tizas, cartón, videoarte… Rompían con los cánones de belleza establecidos pero no escritos en la industria. Existía una relación muy importante entre la música y la imagen, siendo muchas veces la música el punto de partida para construir una historia. Las obras y los autores tenían, desarrollaban y mostraban otras realidades que están en nuestro mundo pero que no vemos. Muchos de los autores provenía de la Universidad de Tokyo y se organizaban en pequeños colectivos (Polos on Earth-impulsada por el animador Kunio Kato y hoy existinto-, Colectivo CALF) y eran críticos con las grandes majors del anime y la industria en general que los ignoraba e ignora a nivel comercial mientras estas obras independientes son las más valoradas tanto por la crítica japonesas coma la crítica extrajera. Pero lo más importante era que experimentaban con el medio. Deconstruían el concepto de anime y lo llevaban hacia lugares que hasta ese momento nadie había explorado. Eso los convertía en unos autores diferentes, con obras llenas de matices. Estaban sentando las bases de algunos recursos y técnicas que el anime actual está aprendiendo y comenzando a utilizar.
El segundo paso era etiquetar a este tipo de anime japonés. En muchas webs se podía leer frases bochornosas como: “la nueva fumada del director de Mindgame (Masaaki Yuasa)”. Estaba claro que ni era una etiqueta ni era una definición argumentada sobre la obra de del director japonés. Otras webs en su mayoría no especializadas en anime o manga llamaba a este tipo de animación, “anime progresivo”. Tampoco me convencía esta etiqueta, ya que ni las obras ni los autores pretendían cambiar la industria de la animación japonesa con su cortometrajes y series y tampoco se puede decir que las obras fuese mejor o peor que las comerciales. Simplemente estaban ahí. Sumando y siendo diferentes. Por lo tanto y sabiendo que una de las características de las obras y sus autores era y es alejarse de cánones y arquetipos de los animes más consumidos y por otra parte la experimentación con el medio… decidí que era anime experimental (aunque en muchas ocasiones dejaba de ser anime para ser animación experimental). Parece muy obvio hoy día hablar de anime experimental. El concepto se ha extendido y se habla y escribe sobre él (no mucho por cierto) pero hace diez años nadie sabía ni conocía que era ni quienes eran sus principales directores.
Los primeros tiempos del blog fueron divertidos, apasionantes. Llegaron las primeras propuestas para dar charlas en mi ciudad, A Coruña para hablar frente a los amantes del manga y el anime de aquella atípica corriente audiovisual que llegaba de Japón. Durante dos años todos los día publiqué un artículo, reseña o pequeña entrada. Desde Koji morimoto y su “Dimensiom Bomb” parte del recopilatorio “Genius party” del Estudio 4C, pasando por Koji Yamamura y sus surrealista “Un médico rural” (adaptación del cuento de Kafka), “Ursa minor blue” de Shigeru Tamura, el primerísimo Makoto Shinkai o “Tobira o akete” de Yusuke Nakamura haciendo alarde de un superflat lleno de colores y diversión. Pude compartir veladas increíblemente enriquecedoras participando en mesas redondas con gente de la talla de José Andrés Santiago Iglesias que acababa de publicar el libro: “Manga: del cuadro flotante a la viñeta japonesa”, quizás el mejor libro que se ha escrito en lengua española sobre managa; con la dibujante gallega Emma Ríos. También con algunos de los divulgadores más prometedores de aquel momento como Mariña Eiroa, Leandro Garibaldi, Sabrina Rodríguez… Una época en la que gracias a estas personas aprendí muchísimo sobre Japón y sobre el mundo del manga y el anime.
Y como suele pasar el hobby se convirtió en trabajo. De un día para otro me encontré haciendo obras en un bajo comercial de 150 metros cuadrados en el que se ubicaría mi siguiente proyecto: una librería en la que vendería manga, artbooks, merchan japonés. Por supuesto, la librería no tenía nada que ver con una tienda de cómic, y muchos se preguntaban si era una ludoteca, una biblioteca… Lo cierto es que a través de exposiciones de autores, charlas, ciclos de anime experimental que proyectaba en el local, y por supuesto el blog, me fui haciendo un hueco en el difícil mundo de la divulgación. Y pasó lo que tenía que pasar. Me quemé. Ya no me apetecía continuar escribiendo el blog. Me aburría. Necesitaba volver a disfrutar viendo una anime o leyendo un manga y no hacerlo por obligación. Lo dejé. De golpe y porrazo. Pero en vez de ver anime… volví a mi primera pasión, el cine. Y eso me abrió la mente de nuevo. Nuevas perspectivas, nuevas formas narrativas… Recuerdo ver Arrebato de Iván Zulueta. Marcó un punto de inflexión. Como lo marcó también el cine Godard o el de Bruce Labruce y el de Kar Wai.
Abrí otro blog en el que escribía pequeños versos sobre las películas que veía. Estaba cambiando mi forma de entender, de analizar y de reflexionar, y por supuesto la forma en que escribía comenzaba a mutar. Así que me lancé una vez más a nuevos proyectos y durante un tiempo publiqué en revistas y fanzines online estos textos que parecían locuras salidas de un frenopático a las que llamé “Memorias de un pistacho histérico”. Me encontraba cómodo con este nuevo estilo, y me planteé retomar el blog con este nuevo formato. Lo hice. Había llegado a la conclusión de que era más interesante un blog experimental hablando y escribiendo sobre manga y anime que un blog sobre anime experimental. De alguna manera comenzaba de cero, y me lo quería tomar con calma. Quería que primase la calidad a la cantidad. Menos entradas, más poesía, y algo que me temía: menos seguidores. Nunca me importó demasiado tener muchos seguidores. Dentro del mundo otaku comencé a ser el bicho raro, el apestado que decía que escribía sobre manga y anime pero que nadie entendía lo que leía. Comenzaron a decir que vendía humo, que no escribía sobre manga y anime. En realidad tienen parte de razón por que por primera vez sentía que el blog no era un vehículo para escribir sobre manga y anime sino que el manga y el anime eran y son el hilo conductor para reflexionar sobre otros temas; temas que se tratan en las obras sobre las que escribo. Es cierto que no hago reseñas, ni escribo sinopsis. Tampoco hago valoraciones ni recomendaciones. No hago artículos sobre el aspecto técnico de las obras como hacía en otras etapas de Serial Experiments. Para eso están otras webs y blogs que lo hacen de maravilla. Sé también, que el blog no es un blog al uso. A través de la poesía intento convertir la lectura y el visionado de una obra en una experiencia única donde las sensaciones, los sentimientos, las texturas cobran vida y se vuelven palpables.