Las alas de Ícaro volando hacia el Sol. Acorralado contra la pared. Largas despedidas de fuego antes de la oscuridad de la mañana. Esculpir rodillas antes de caer al vacío. Caminar en circulos concéntricos. Los grises escapan hacia el borde del día. Más allá del límite de las espirales, de las constantes y las variables. La mente… transistor transitorio. Mitones de lana esconden manos de samurai. Dando cuerda a la manivela emocional. Pedalear hasta la extenuación. Filmar grilletes en blanco y negro en una estación de tren. Sudar aluros de plata. Escupir ciegas y confusas sonrisas al infinito.
Ecos atronadores sobre tatamis de satén. Ladrando a mil titeres de ojos exorbitantes. Los zapatos apretados. Los tobillos apresados por la mareas argentadas. Verdes lirios sobre la sesera. Un elefante atado al alma. Un acantilado en el cuello. Prenderse por los omóplatos y ponerse a secar. Esperar. Cuatro leguas por cada viento. Abandonando el feudo del desamparo. Gira el globo mientras permanece en las laberínticas sábadas de la mañana.
La realidad de un reflejo. Contemplar el silencio de los espacios infinitos. Soñar con circos en medio del desierto. Harapiento emerge el rey de los perturbados… ahora lleva corona de estaño. Viajar entre vórtices que nos rodean. Huir sobre la nieve con alegría frugal. Flotar entre llamas y confeti. Pintar altos castillos con tiza color azul. Burbujeantes y hermosas risas juegan sobre orbitas llenas de agua. Correr a través de un arco de hiedra y ocultar los días con un mando a distancia.
El amor cruza el vientre color melocotón. Mirar a través del ventanal y ver figuras de madera a la deriva. Domesticar sueños es una buena idea. Beso de primavera. Volver cargado de estrellas y el Universo atrapado en el cabello.