La hipermodernidad… donde el individuo es más consciente que nunca de los males ajenos, pero también se convierte en un ser mucho más frágil e inseguro. La vida como un producto más del mercado. La inmediatez del “yo” y la falsa sensación de felicidad en donde todo tiene una fecha límite. Nuestras ideas, nuestra percepción de la realidad, nuestro comportamiento social; a quien debemos amar y como, las inclinaciones sexuales… todo se rige por una fecha de caducidad y durante ese período no hay margen de error. La supresión del derecho a la equivocación. Y vuelta a empezar. Un bucle asesino que nos insensibiliza a plena luz del día, mientras estamos lúcidos.

Una de las desventajas de quien vive una época concreta es que no se da cuenta de aquello que está desapareciendo; aquellas pequeñas obsesiones que nos convierten a partes iguales en seres racionales e irracionales. El constante desasosiego que sentimos al no saber en qué nos convertiremos. Y de nuevo esas pequeñas o grandes obsesiones que rondan nuestra cabeza y no nos dejan ver con claridad.Vivimos en un mundo monocromo, en el que de vez en cuando oteamos a lo lejos tonos azules. En contadas ocasiones llegan esos microinstantes de felicidad que solo percibimos una vez han pasado. Los colores de la alegría están tan muertos que solo nos acordamos de ellos una vez han desaparecido para siempre. Estamos atrapados en una gama infinita de azules.

El mundo conectado absorbe nuestros pensamientos y nuestra intimidad. Aquello que es únicamente nuestro es saboteado en pos de lo políticamente correcto. Tener una inclinación no heterosexual sigue siendo un riesgo. En “Blue” de Kiriko Nananan, intuímos una sociedad plagada de tabúes. Un sistema social enfermo que se enfrenta al individuo, lo discrimina y lo induce a la más absoluta clandestinidad por el hecho de tener una condición sexual diferente. Mujeres que eligen a otras mujeres de forma consciente o no consciente y son mostradas en plaza pública como raras, extravagantes, invertidas, pérfidas… una amenaza para una sociedad preestablecida y plagada de absurdas normas corporativas creadas para el sustento de la supremacía patriarcal.

La protagonista del manga, con esa fuerza vital de quien comienza a descubrir el amor por otra persona, se autodestruye, inmiscuída en una obsesión que la llevará al delirio. Un “amour fou” fatal y humillante pero necesario a pesar de todo. Consciente del abrumador sentimiento desquiciado. Henchida de felicidad por un amor que nunca será bueno para ella. Bajo un manto azul claro contempla los gorriones atravesando el sonido. Mil escobas dictarán sentencia en su cabeza. En el fondo sabe que su fatal mal de amor, es una de las consecuencias de ser otra anónima más que la sociedad obliga a ocultar sus sentimientos y la perpetúa a no saborear las texturas del despertar sexual con calma y transparencia. Se encuentran a un codo de distancia y están tan lejos…

En ese instante, las palabras pesan y agotan. Los equilibrios imposibles conducen hacia corazones congelados. Despejar el polvo de los ojos cada vez se hace cada vez más difícil. La razón, piensa ella… es tan opaca como su paciencia. La noche interior le grita, le exige dormir. Desplomada y abatida, hundida bajo espesas lunas flotantes… incluso así, incluso desde su corazón, debe conocer el nivel del mar. Peligros, trampas. Fragmentos de pupilas vidriosas señalando monocromos puntos distantes. El Sol…  confetis de hormigón bajo sus pies. Se siente atrapada en una caja e intuye las flores de su pelo. Necesita hablar como si los sentidos fuesen sonido y materia. Necesita modificar las estructuras, hacerlas tambalear. Berrinche y quebrantos.  Trampas prefabricadas al final del día… al final de la escapada.

La realidad de un reflejo permanece bajo el antiguo cielo violáceo y surca la última y extraña sonrisa de mundo. No hay besos entre las ama