A lo lejos se intuye el leve tintineo de una batería. Tsss, tic, tic, tsss. El final de una década prodigiosa se aproxima. El leve balbuceo de un piano marca el inicio de una segunda ola de libertad, de aquello que está por llegar y que nuevamente lo cambiará todo.

Las abstractas líneas que poco a poco se hunden en las manos del pianista protagonista de “Sakamichi no Apollon”, dan el pistoletazo de salida de una nueva forma de entender el jazz a partir de la década de 1960s. No es casualidad que la historia que nos ocupa comience justamente el año 1966. Para muchos, justo un año antes, se terminaba la llamada “década prodigiosa”; aquella en la que los grandes nombres que comenzaron su carrera en los 30s y 40s se dieron cita con los nuevos talentos. Miles Davis, Charlie Parker, Dizzy Gillespie, Bill Evans, Art Bakley o Jimmy McCgriff. Juntos marcaron una línea recta en el desarrollo progresivo del jazz hasta transformarlo en movimientos figurativos, vaporosos, aéreos.

Diez años antes los protagonistas de “Sakamichi…” probablemente se empaparían de la poesía de Aimé Césaire y leerían con profundos ojos las revistas filosóficas de Sartre. Ajenos al pensamiento existencialista, los personajes del anime del que hoy hablamos le deben mucho al pensador parisino. A lo largo de los doce capítulos de los que consta la serie, podemos leer entre líneas aquello de: “la existencia precede a la esencia”.

Este principio sobrevuela las cabezas de cada uno de los integrantes de ese pequeño grupo humano que nos regalan la pureza de la vida a través de sus amores, amistades y  los problemas que estos generan. Estos problemas  e inquietudes tan normales y tan sencillos son el punto de partida y el punto y aparte en sus historias. La forma en cómo se conciben y en cómo se quieren así mismos y a los que les rodean. Un impulso en forma de jazz que consigue que comprendan que existen a través de aquello que hacen: tocar música.

El marco político  y social de “Sakamichi no Apollon”, situado veintiún años después de la II Guerra Mundial es significativo ya que en Japón comenzaban la revueltas de estudiantes (concretamente en el año 1963. El anime comienza en el año 1966) propiciadas por la indignación ante la imposición del gobierno estadounidense de bases militares en el país nipón.

Los políticos americanos quería asegurar así un futuro ataque en suelo japonés al no tener  el gigante asiático ejército. Los Zengakuren (comités estudiantiles) abiertamente antiamericanos se oponían radicalmente a esta invasión y crearon unidades políticas. Aunque en el anime se toca el tema en forma de subtrama, es profundamente representativo para ver hasta que punto la política tiene importancia en esta ficción tan cercana a la realidad de aquellos años.

El Jazz en los 60s también se politizó, y es importante que sean, precisamente estudiantes, amantes de jazz y músicos, con sensibilidad  e inquietudes artísticas los que tengan el poder de contarnos en primera persona sus vivencias y como éstas se ven entremezcladas con su pasión por las notas vibrantes de  saxos, contrabajos y pianos. Al fin y al cabo el mundo artístico y cultural siempre han estado ligados de alguna manera a la política.

Probablemente el Jazz sólo sea una  excusa, un hilo conductor. Una banda sonora de lujo para una simple historia mil veces relatada, pero que a diferencia de muchas otras está contada estupendamente. Para contar una historia de amistad y amor, a veces sólo hay que ser sincero, y con la sinceridad se crea empatía hacía la historia y sus protagonistas. Quizás lo que les falta a muchas series y películas de animación a día de hoy no es tanto marketing y publicidad en los medios, sino sinceridad. El anime japonés como industria, tiene unos cánones de belleza y unas normas no escritas por las cuales el espectador se rige y decide ver una animación dependiendo de cómo ésta esté realizada; qué tipo de historia nos está contando…. Siempre claro, bajo la atenta mirada de los grandes estudios de la industria japonesa y de un puñado de blogs y webs dedicados a la crítica del anime que ponen en boga las no virtudes de determinadas series y películas y transforman en virtualidad y en excelencia las banalidades y la superficialidades que pasan ante nuestros ojos.

Una situación aparentemente trivial y que ocurre en un instante puede llegar a ser profundamente importante y de la misma forma podemos recordarlo como un de esos muchos flashes de honda felicidad que se escapan entre los dedos casi imperceptiblemente. Es la futilidad de lo cotidiano, algo a reivindicar, sin duda, ese pequeño ingrediente que hace que “Sakamichimi no Apollon” sea una serie para disfrutar.

Seguramente si la historia de “Sakamichi no Apollon” tuviese lugar en la época actual, bajo todas esas notas podríamos intuir algunos de los poemas de Boris Rozas y la influencia que en él tiene sin duda alguna el Jazz.